Para perdonar, debemos reconocer que hemos sido completamente perdonados. Muchos quedan estancados aquí. Pablo resume nuestro fundamento para perdonar hermosamente: “Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todos; más en cuanto vive, para Dios vive” (Romanos 6:10).
Una vez que entendemos la profundidad de nuestro pecado y la distancia que produce entre nosotros y Dios, y cuando tenemos un breve entendimiento del sacrificio que Dios hizo para restaurar la comunión con nosotros no deberíamos dudar de involucrarnos en el proceso de perdonar.
Leemos esta parábola y pensamos: ¿Cómo puede alguien ser tan ingrato? Pero el creyente que no perdona a otro es aún más culpable y más ingrato que ese siervo. Nosotros hemos sido totalmente perdonados de una deuda que nunca hubiésemos podido pagar, y es por eso que no tenemos razón para negarnos a perdonar a otros. Por otro lado, en cuanto logramos perdonar sinceramente, somos liberados de una pesada carga. Así como Dios es bueno con nosotros y nos perdona sin importar qué hayamos hecho, nosotros deberíamos de perdonar mostrando nuestro agradecimiento y amor hacia Él.
Perdonad, y seréis perdonados.
Lucas 6:37
Tomado del Libro Desayuno Para El Alma
Compilado por: Judith Couchman